Desde que llegó de su Galicia natal, Christian Escuredo no ha parado de triunfar en los mejores musicales de la cartelera madrileña. Ahora interpreta a Alex, un hombre casado inmerso en un intenso trío amoroso en la aclamada Afterglow, su primera incursión en el teatro alternativo.
No quiero ponerte nervioso, pero la versión española de Afterglow ha creado mucha expectación ¿sientes más presión que con otros proyectos?
No, la verdad es que me centro mucho en la historia que me toca contar sin poner la energía en las comparaciones. Creo que esto lo aprendí de Priscilla, con la que sí que me tensaba un poco el éxito que arrastraba… vamos haciendo callo (risas).
En la obra tu vida en pareja se pone a prueba con la llegada de un extraño para hacer un trío ¿es tan tórrida como promete el argumento?
Yo no lo siento así, creo que la entrada de Darius, el “extraño” (Jorge Vidal), es una oportunidad para radiografiar el matrimonio que mi personaje forma con Josh (Andrés Acevedo).
Christian en actitud cariñosa con Andrés Acevedo, su marido en la ficción.
En una obra con tanto contacto físico ¿cómo han sido los ensayos en una nueva normalidad tan poco normal?
Rarísimo, hemos llegado a estar totalmente desnudos, con nuestros cuerpos en contacto ¡y con mascarilla!
Para que una historia así funcione, la complicidad entre los tres actores tiene que ser total ¿Realmente os lleváis tan bien fuera del escenario? ¿Cómo habéis trabajado esa complicidad?
La verdad es que no hemos llegado a intimar fuera del escenario por la situación sanitaria que estamos viviendo. Creo que un punto a favor que nos ayudó a trabajar el vínculo han sido unos ensayos previos a las sesiones de fotos para generar el material gráfico del espectáculo. Esos días creo que fueron clave. Evidentemente, el trabajo diario de ensayos y directrices de nuestro director Pedro Casas nos ayudó a afianzar las relaciones de nuestros personajes.
¿Cómo está siendo la respuesta del público en las primeras funciones?
Estoy muy sorprendido, sobre todo por el viaje que se pegan. Ríen, lloran, hasta creo que se sienten tímidos… Hay momentos que son una catarsis, tanto para el espectador como para nosotros.
En esta ocasión trabajas en un teatro más pequeño de lo que estás acostumbrado. Si el tamaño no te importa, ¿qué es lo que te lleva a elegir unos trabajos y rechazar otros?
Precisamente en este montaje lo que más me ha llamado la atención fue una historia íntima, contada con sólo tres actores, y muy cerca del público. Tenía muchas ganas de esa cercanía, y ya ves en dónde me he metido, en un espectáculo donde el espectador se siente voyeur.
La verdad es que desde que llegaste a Madrid no has parado de trabajar en grandes producciones.
Sí, aterricé bien porque conocí a gente que me ayudó mucho. También me lo tuve que currar, porque fue llegar a Madrid y presentarme a castings, ver cómo funcionaba (porque no tenían nada que ver con el sistema que se hacía en Galicia) y tomar muchas clases. Y llevándome muchos noes en pruebas, que esa es la manera de aprender, de despertar y de, en la medida de lo posible, ver qué puedes cambiar para que un no se convierta en un sí.
No habías terminado tu primer gran musical en Madrid, Sonrisas y Lágrimas, y ya te estabas preparando físicamente para tu papel en Priscilla, Reina del Desierto.
Sí, sí, yo iba viendo cómo mi ropa en Sonrisas y Lágrimas se iba petando poco a poco. Era divertido cuando bailaba con Liesl y al tocarme los brazos me miraba como diciendo ¿¿¿qué te está pasando??? ¿¿¿qué te hacen los nazis???
¿Echas de menos a Felicia, la musculoca protagonista de Priscilla a la que dabas vida?
Bueno, Felicia vivía la vida como una aventura y yo también la vivo un poco así. Aunque yo me lo tomo un poco más en serio, soy más responsable y exigente conmigo mismo, pero lo que me parecía más tierno de ese personaje y realmente me conectaba con él era que, como yo, no perdía al niño que llevaba dentro.
Priscilla fue un hito en la cartelera madrileña porque, a pesar de la temática, no sólo fue a verla público gay ¿Qué tenía que gustó a tanta gente?
Priscilla era un musical muy optimista, con una banda sonora increíble, un vestuario que te dejaba con la boca abierta, contado con mucha retranca, con mucho humor y con mucha verdad, con mucha honestidad. Y lo mejor: una historia con un mensaje universal, reconocible por cualquier espectador.
Pero también sacaba a la luz temas no resueltos a día de hoy, como la homofobia, la discriminación, los abusos, el bullying…
Sí, pero no era un musical nada pretencioso. En Priscilla todo se resolvía con mucho optimismo y cada conflicto que surgía le ponía esperanza a la cuestión. Gracias a los conflictos, hay aprendizaje, y al final todo se suaviza. Después de la tormenta llega la calma. Todo en la vida es necesario, y el dolor también es necesario para aprender y hacerse fuerte.
Muchos seguiríamos yendo a veros una y otra vez en Priscilla si siguiera en cartelera ¿Qué recuerdos personales te quedan a ti de aquellas dos temporadas en el Teatro Nuevo Alcalá?
Un teatro lleno con mil personas aprox riendo a carcajas. Y más joven (risas).
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Un poco radical el cambio de interpretar a Felicia a hacerlo con Jesucristo en 33, el Musical ¿no?
Muchísimo (risas), y qué maravilla que la vida me regale estas oportunidades.
Me has caído bien, la típica pregunta sobre la anécdota te la voy a dejar opcional.
Pues desde encontrarme con gente pensando que estaba poseído por Cristo, a gente que pensaba que me habían sacado de algún show de drags de Chueca… Aunque la anécdota que siempre cuento es la risa de una fan, era tan contagiosa que cada vez que la escuchaba en escena me iba a la mierda, y arrastraba a todo el teatro…
Pues ya que no rechazas preguntas típicas, aprovecho: ¿teatro, cine o televisión?
Imposible elegir, las tres son mi medio y cualquiera hace que me sienta como pez en el agua. Lo que más valoro es la historia que me toca contar, ya sea delante de una cámara o en un teatro.
¿Te gusta Madrid para vivir?
Sí, aunque yo me considero un chico de pueblo. De hecho, cuando quiero desconectar me voy a una aldea en Galicia, concretamente en Valdeorras, en la que viven menos de veinte personas, no hay cobertura, no hay tiendas, las calles están a medio asfaltar. Me gusta mucho el mundo rural para descansar y para desconectar. Vivo en esta ciudad para dedicarme a lo que realmente me gusta. Madrid me da muchas cosas que la aldea no me da y viceversa.
¿Algún rincón de la ciudad donde sea más fácil encontrarte?
Los atardeceres desde el Templo de Debod me parecen preciosos. Me gustan los barrios de Madrid: viví en Lavapiés un año y me gustó mucho el ambiente. Me gustan mucho las plazas, como la de Santa Ana o la del Dos de Mayo. Hay muchos rincones que me gustan de Madrid, como esos restaurantes que te encuentras de repente… ¡y que te flipan! En Madrid todo es posible y todo lo encuentras.
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